Prólogo del Libro
A manera de una historia, la que sigue representará por ahora mi mejor intento. Debo confesar que jamás he intentado escribir, y si lo hice fueron siempre frases o con suerte párrafos cuya contundencia era, por el mismo hecho de su extensión, muy incipiente o en muchos casos totalmente nula. Además se añade a esto mi casi patológica tendencia a huir de toda compañía siempre que puedo, por lo que más aún era de esperar que lo hiciera cuando intentaba pasar al papel mis invaluables confidencias; de ahí mi dificultad para hacerlo durante los tan imprescindiblemente prolongados momentos necesarios para el desarrollo de una bien estructurada palabrería.
Mi corta edad y el insignificante número de experiencias que deriva de ésta, repercuten en una carencia total de concentración y la –afortunadamente- ya en decadencia falta de confianza en mis aptitudes y conocimientos.
Así, nada muy inteligible y mucho menos magnífico se espere del subsiguiente escrito que, muy a duras penas, logro imaginar realizado, y que además osa dirigirse a las más enigmáticas cuestiones que el hombre se ha planteado y que ahora con mucho miedo se atreve a mencionar; que es en parte lo que me inspira a hacer todo lo que en el transcurso de mis ulteriores deliberaciones desarrolle.
Pero más allá de toda esta patética y autocompasiva redundancia diré que lo que intento estudiar aquí es aquello con lo que lo mismo han querido todos hacer: parar de sufrir; y ya se ve que jamás podremos lograrlo, así que la justificación para la existencia de este texto, así como la de todos los que a esto se deben, es inexistente. Pero quién soy yo para decirlo.
Por esto y mi todavía diminuta habilidad en lo que respecta al arte de escribir, pido, se me excuse por las posibles falencias que pueda en el futuro encontrar el señor lector.
A manera de una historia, la que sigue representará por ahora mi mejor intento. Debo confesar que jamás he intentado escribir, y si lo hice fueron siempre frases o con suerte párrafos cuya contundencia era, por el mismo hecho de su extensión, muy incipiente o en muchos casos totalmente nula. Además se añade a esto mi casi patológica tendencia a huir de toda compañía siempre que puedo, por lo que más aún era de esperar que lo hiciera cuando intentaba pasar al papel mis invaluables confidencias; de ahí mi dificultad para hacerlo durante los tan imprescindiblemente prolongados momentos necesarios para el desarrollo de una bien estructurada palabrería.
Mi corta edad y el insignificante número de experiencias que deriva de ésta, repercuten en una carencia total de concentración y la –afortunadamente- ya en decadencia falta de confianza en mis aptitudes y conocimientos.
Así, nada muy inteligible y mucho menos magnífico se espere del subsiguiente escrito que, muy a duras penas, logro imaginar realizado, y que además osa dirigirse a las más enigmáticas cuestiones que el hombre se ha planteado y que ahora con mucho miedo se atreve a mencionar; que es en parte lo que me inspira a hacer todo lo que en el transcurso de mis ulteriores deliberaciones desarrolle.
Pero más allá de toda esta patética y autocompasiva redundancia diré que lo que intento estudiar aquí es aquello con lo que lo mismo han querido todos hacer: parar de sufrir; y ya se ve que jamás podremos lograrlo, así que la justificación para la existencia de este texto, así como la de todos los que a esto se deben, es inexistente. Pero quién soy yo para decirlo.
Por esto y mi todavía diminuta habilidad en lo que respecta al arte de escribir, pido, se me excuse por las posibles falencias que pueda en el futuro encontrar el señor lector.
Joaquìn Tapia Guerra-25/05/2008